domingo, 19 de diciembre de 2010

El deber del dolor (I)

Ser médico es la divina ilusión de que el dolor sea goce; la enfermedad, salud y la muerte, vida. (Gregorio Marañón)


Échale huevos, compañero. Que el dolor sea goce y luego criticarán el masoquismo y otras zarandajas. Menos mal que habla de ilusión y que yo a Gregorio Marañón le respeto mucho, aunque después de la lectura de uno de sus libros decidí que no era para mí. Le respeto porque el tipo vivía de acuerdo con sus creencias (muy religioso, él) y eso siempre me parece digno de mención y admiración. Pero no aguanto que metan a Dios en esto. Porque lo que mete a un dios de por medio, sólo sirve para los que creen en él. No se puede explicar un hecho simplemente con un "cuando (póngase el nombre del dios de turno) quiera". No se puede mirar a un señor que está enfermo, desgañitándose en una cama con (si tiene suerte) su familia y amigos alrededor y decirle... "Sí, ya sé que está usted sufriendo, pero porque lo está mirando con una mala perspectiva, sienta el placer del dolor. Cada grito es de gusto, todos los médicos le envidiamos, por eso pasamos siglos investigando para crear calmantes, pero a la hora de la verdad... ni uno, oiga."

Y sé de lo que hablo y no me lo invento.

Y mucho ojo que esta entrada no viene a decir que hay que inflar de calmantes y sedantes a nadie que no quiera. Pero, a los que quieran, por favor.

miércoles, 15 de diciembre de 2010


Antes de nada, hay que preparar el sofrito.

Coja fotos de su infancia o de la de sus hijos, recuerde los motivos de cada sonrisa (sirve también cualquier otra etapa de su vida)

Observe los pequeños elementos decorativos o útiles que tiene cerca y que le hacen sonreír cuando los mira. Ya sabe, el muñeco horrible que salió en un Roscón de Reyes y casi le parte un diente al tonto de su cuñado, la caja que le regalaron cuando cumplió 17 años...

Coja su agenda de teléfonos (el móvil sirve) y lea cada nombre y párese con los que sonría y corra con los que no.

Si es hora, dese un capricho alimentario (sólido o líquido), pero un poquito nada más no se vaya a empachar.

Luego salga a la calle. Fíjese en la gente. Fíjese en los ancianos. Fíjese en los adultos. Fíjese en los jóvenes. Fíjese en los niños. Fíjese en todos y cada uno.

Ahora fíjese en los animales. El canario enjaulado en el balcón de la izquierda y el perro que acompaña al señor mayor. No se olvide del gato callejero que salta entre los arbustos. Y no deje de fijarse en las personas.

Ahora añada los edificios. Los relieves, las formas, los materiales, las decoraciones tan personales de las casas, fíjese bien en todo.

Se dará cuenta de que es imposible. No puede mirarlo todos con atención. Siempre algo se escapa.

Si todavía no ha encontrado una sonrisa, una expresión, una situación, una imagen, en definitiva, que le haya permitido recuperar la esperanza, siga buscando, debía tenerla el tipo en el que no se ha fijado.



Siempre hay una rosa que observar...