domingo, 19 de diciembre de 2010
El deber del dolor (I)
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Antes de nada, hay que preparar el sofrito.
Coja fotos de su infancia o de la de sus hijos, recuerde los motivos de cada sonrisa (sirve también cualquier otra etapa de su vida)
Observe los pequeños elementos decorativos o útiles que tiene cerca y que le hacen sonreír cuando los mira. Ya sabe, el muñeco horrible que salió en un Roscón de Reyes y casi le parte un diente al tonto de su cuñado, la caja que le regalaron cuando cumplió 17 años...
Coja su agenda de teléfonos (el móvil sirve) y lea cada nombre y párese con los que sonría y corra con los que no.
Si es hora, dese un capricho alimentario (sólido o líquido), pero un poquito nada más no se vaya a empachar.
Luego salga a la calle. Fíjese en la gente. Fíjese en los ancianos. Fíjese en los adultos. Fíjese en los jóvenes. Fíjese en los niños. Fíjese en todos y cada uno.
Ahora fíjese en los animales. El canario enjaulado en el balcón de la izquierda y el perro que acompaña al señor mayor. No se olvide del gato callejero que salta entre los arbustos. Y no deje de fijarse en las personas.
Ahora añada los edificios. Los relieves, las formas, los materiales, las decoraciones tan personales de las casas, fíjese bien en todo.
Se dará cuenta de que es imposible. No puede mirarlo todos con atención. Siempre algo se escapa.
Si todavía no ha encontrado una sonrisa, una expresión, una situación, una imagen, en definitiva, que le haya permitido recuperar la esperanza, siga buscando, debía tenerla el tipo en el que no se ha fijado.
lunes, 29 de noviembre de 2010
De Bulgaria, Jorá, leer y contar
Ahí pone Ugo. Sí. La y griega (con opción a llamarse ye) es una u; la ese al revés una g. Y la hache nos la ahorramos porque en búlgaro no existe (no crean que no me duele ver el nombre Ugo, así escrito, huérfano de su mayúscula insonora). Aquí donde lo ven, es un restaurante (una cadena de, más bien), bastante recomendable, por cierto: con raciones más que abundantes de módico precio y con la carta (también) en inglés.
domingo, 14 de noviembre de 2010
El coste de las becas
¿Quién tiene huevos ahora de pedir que se invierta en educación? ¿Para qué?
Mi generación será la generación super-preparada con los sueños jodidos pero que todavía cree, porque así nos lo han contado, que se puede hacer algo y que se merece cosas buenas por su trabajo; los que vienen, esos niños que se sientan en su sofá, que tienen tantos juguetes que nos les caben en la habitación, ellos formarán parte de la generación sin futuro, porque no merece la pena esforzarte porque no se consigue nada.
viernes, 29 de octubre de 2010
Retorno atropellado
350 kilómetros con lluvia y asfalto del malo y no me puedo dormir. Si me jode...
Parto de nuevo pronto hacia otro destino, con otro alfabeto, en una cultura tan similar que las diferencias son conceptuales y eso es chungo porque hay que fijarse mucho y con las gafas no veo de cerca. Todo el día quitando y poniendo.
También dicen que es un sitio frío; bueno, lo dicen y los científicos lo corroboran: -20 grados. Y tiene río, así que humedad asegurada (sí, porque pasa agua, no como por el Ebro). Yo no sé qué vicio me ha entrado a mí últimamente con las ciudades con puerto, pero de una en otra.
La verdad es que podría aprovechar este rato y ponerme a investigar por Internet sobre cómo es mi nuevo hogar, pero me da pereza. Pereza porque es teoría y prefiero vivirlo, verla, sin saber nada de ella. Entrar en shock, como cada vez que algo es nuevo.
Lo de las ciudades es algo curioso. En las fotos todas son bonitas, todas tienen algo que merece la pena conocer y cuando te llegas, sólo es una ciudad. Una ciudad con personas y semáforos. A mí me dan miedo. Las ciudades, pero los pueblos más. Así que me dedico a conocerlas, porque conocer es la única manera que tengo de vencerlo. No sé si es un truco muy bueno, porque la abuela gruñona dice que cualquier día me pasará algo; claro que, ella se murió de angustia y aburrimiento, así que intento mandar sus comentarios a Cascaporro, provincia de Valladolid. Supongo que me entenderán.
Por lo que sé esta ciudad tiene universidad, lo que siempre es un aliciente y un indicio de vida.
La verdad es que no sé muchas más cosas, aunque mañana mi madre intentará contarme todo lo que ha leído en la Larousse y quizá no desconecte del todo (de hecho, lo de la universidad es cosa suya). Yo creo que una ciudad sin universidad le parece menos ciudad o algo de eso. Siempre se entera de cosas raras, detalles ajenos. Cuando vuelva me preguntará: ¿Y cómo es la ciudad? Y yo le hablaré de los edificios, de la industria (esto lo vi en las fotos), de las personas y de los precios. Si no hay semáforos, también se lo diré. Y se me olvidarán los olores, seguro, siempre me olvido de hablarle de los olores.
Las ciudades son como la gente. Uno llega y todos parecen iguales. Al menos de primeras: cabeza, tronco y extremidades. Luego se van diferenciado. A mí me pasa igual con las personas que con los sitios nuevos: tengo que perder tiempo conociéndoles para que no me asusten. Porque resulta que en el fondo todos somos iguales. Con nuestras cosas, que nos empeñamos en tapar, cada uno en su moda mental.
Hay veces que antes de conocer ya sabes lo que hay... a veces basta y otras no. A mí me dura exactamente un mes y medio con (buen) sexo (creo que incluso un poco menos, pero tengo que intentar salvarlo) y hasta varios años sin él. La segunda parte explica porqué algunas de mis relaciones vuelven una y otra vez, suelo olvidarme de cuál era el límite. A mí a veces me aburre un poco esto, tengo que decirlo. Creo que agradecería algo más radical, pero recordar ,de vez en cuando, está bien. De hecho, creo que está muy bien; es un homenaje. Lo que no se recuerda no ha existido y con la cantidad de emociones que hemos sentido ya es una pena desperdiciarlas.